Compartimos esta reflexión del destacado autor argentino Frankie Deges sobre el inicio de la temporada de rugby de menores en Sudamérica, y su importancia en la vida familiar y de cada uno de los clubes.
Como padre, el andar de los hijos, descalzos, desde su cuarto hasta el de uno, es fácilmente reconocible aún dormido, a cualquier hora de la noche.
Por eso, cuando el sábado la cadencia era la misma pero el sonido distinto, el despertar fue con duda. “Papá; ¿a qué hora nos vamos al club?” fue lo que instantáneamente despejó cualquier duda.
Con los ojos hinchados de sangre y esa voz ronca hasta que las cuerdas vocales se calientan, no pude ni siquiera quejarme: mis hijos de 6 y 9 años estaban vestidos, listos para ir a su primer día de rugby. El ruido que no había podido reconocer en mi somnolencia era el de sus botines repiqueteando contra el suelo.
Lo que cuesta levantarlos de lunes a viernes para ir al colegio fue lo diametralmente contrario el sábado a la mañana. Poco importaba que faltaran un buen par de horas para que todo empezara.
Arrancó así, formalmente, el año de rugby en mi casa.
Esta imagen debe haber sido parecida en cientos de hogares que en estos últimos dos fines de semana tuvieron niños empezando su temporada rugbística.
El rugby infantil es el acceso a nuestro deporte. Es la puerta por la que la mayoría de los jugadores ingresaron. Varía la edad de comienzo según el club pero cada vez mas se ven chiquitos de cuatro años, con ropa varios talles mas grande, intentando entender las indicaciones de aquellos generosos padres que eligen consumir su sábado enseñando un deporte que a priori parece antinatural.
Pasar para atrás, correr hacia delante son conceptos que quedarán para más adelante.
Claro, para esos gurrumines, los objetivos son distintos desde lo educacional. Ellos solo quieren divertirse, pero es clave que lo hagan sin el temor al golpe, al tackle, al contacto. Ya habrá tiempo, algunas categorías mas adelante para ir forjando esa personalidad tanto en el juego como en la vida. De eso se irán encargando de manera conjunto aunque a veces sin interconsulta, en el seno familiar, el colegio y el club.
Mi club, como tantos otros a lo ancho y largo del país, era un hervidero el sábado. El crecimiento del rugby es imparable y son muchos los padres que buscan que sus hijos puedan abrazar la experiencia positiva de compartir un deporte de contacto pero no violento, de lucha pero no pelea, de equipo pero con aspectos individuales, que sientan la oportunidad de sentirse parte de algo mas grande que ellos mismos.
Veteranos de algunas temporadas, mis hijos enseguida se reencontraron con sus entrenadores. El cariño que se transmiten enternece; mas me emociona con la pasión que estos adultos, también padres de compañeritos de mis hijos, se enfrentan, a tantos chicos y la capacidad para manejar lo que de afuera parece un caos. Los admiro.
Son ellos los que de a poquito, sábado a sábado, van haciendo de estos niños fanáticos de un deporte que de mas grandes les servirá en muchos aspectos de sus vidas. Será, ojala, a través del rugby que forjarán sus amistades más duraderas, lo que les dará una impronta deportiva y enmarcará su vida.
Infantiles va desde los mas chiquitos hasta los menores de 14 años – estos últimos poco tienen de infantiles con la velocidad que se vive hoy día. Pero lo poco que les queda de niños, lo tienen en el rugby. Manejan, al menos en mi club, el mismo objetivo de divertirse aprendiendo a jugar al rugby. No importa quien gana porque infantiles no es competitivo; ya habrá oportunidad de jugar por los puntos, no apuremos los tiempos.
Esto de jugar por el placer mismo de jugar, sin preocuparse por el resultado, es mucho más sencillo para los niños que para los padres y hasta algunos entrenadores. Sus frustraciones no deben ser transmitidas a los pequeños.
Los chicos, con una pelota de rugby en los brazos, son libres. No tengo dudas que el estado de ellos en esas cortas horas los sábados a la mañana es de felicidad total. Y para nosotros los padres, no hay cosa más fuerte que ver y compartir esa felicidad con ellos.
Si bien quedaron fuera de la ecuación esos sábados en la cama hasta que termine la temporada, la alegría que transmiten los chicos porque ya empezó al rugby vale el despertarse temprano.
Por Frankie Deges
Fuente: Prensa FERUCHI